sábado, 21 de enero de 2012

La muerte y el asesinato

Antes que todo, me disculpo por mi falta de tiempo. He estado – y aún estoy, bastante – sumergido en un montón enorme de deberes.


Ahora procederé a hablar de dos temas cruciales, desde el primer momento, de nuestra existencia. Como sólo lo pueden ser la muerte y el asesinato. Siendo el último una forma de causar la primera, o un tipo de muerte, concretamente, según se mire.


Desde el comienzo de nuestra existencia y hasta el final de la misma, la muerte nos acompaña. Pero quizá por acción de nuestra naturaleza, maligna, sin duda, nosotros la precipitamos de una u otra manera. Y quizá la más deshonrosa de  ellas es el asesinato.


¿Por qué? 


Caín asesinando a Abel, en la parte superior del Políptico de Gante, por Jan van Eyck. Esta escena es considerara el primer asesinato de la historia por los cristianos y judíos.
Porque el acto de quitarle la vida a alguien con nuestras propias manos implica que decidimos por ellos. Decidimos que no continuarán viviendo, la inmensa mayoría de las veces en contra de su voluntad. Y ante esto pregunto: ¿Existe alguien con alguien con más derecho a decidir sobre su vida que su dueño? Pues no. Es su vida. Y eso es algo que, pase lo que pase, no terminamos de entender.


Aún así, no justifico a los moralistas. Hay veces – y discúlpenme quienes me consideren "crudo" – en las cuales se debe asesinar a alguien para evitar una desgracia mayor. Y ojo, no justifico el asesinato, pero tampoco lo niego por completo. Claramente, hay casos que requieren de este tipo de intervención. El delirio de que "nadie debería ser asesinado" no es posible actualmente, ni lo será en el futuro, seguramente. Aunque la vida es un derecho humano, hay casos (extremos y escasos, pero los hay) en que se necesita acabar con la vida de alguien de manera abrupta para evitar una tragedia.


La Mort de Marat (La muerte de Marat), muestra al revolucionario francés Jean Paul Marat después de ser brutalmente asesinado en su bañera por Charlotte Corday. Corday después diría que "mató a un hombre para salvar a cien mil".
Los hombres nos hemos matado los unos a los otros desde el comienzo de nuestra existencia, y  seguiremos haciéndolo hasta el final de los tiempos, puedo decir con casi toda la seguridad del mundo.


Respecto a la muerte, hay tanto o más que decir. Creo que para hablar de todo lo que significa hay que crear un blog que se enfoque nada más en ella.


Empezaré por definirla. Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, la muerte es, entre varios conceptos, la "cesación o término de la vida.". Eso es, el fin de la vida en sí. Y los humanos tendemos a temerle. Básicamente por dos razones:


I. Porque tenemos miedo a separarnos de nuestros seres vivos, o de que ellos se separen de nosotros, y nunca verlos más, según sea el caso. Y es comprensible. Muchos piensan que no van a poder estar con quienes aman al morir, que no van a poder vivir más. Y, aunque la vida está llena de dificultades, también está llena de gratitudes. Y tememos separarnos de eso, porque es algo a lo que, bueno o malo, nos adaptamos.


II. Porque no sabemos qué sucederá con nosotros una vez que llegue el momento de morir. Y es, también, muy comprensible. Se ha dicho, con mucha razón, que los humanos temen a aquello que no conocen. Y la muerte como tal representa incertidumbre. ¿Qué sucede al morir? No lo sabemos. ¿Qué sucede después de morir? ¿Cómo se siente? ¿Duele? ¿Es difícil morir? ¿Es fácil? ¿Hay vida después de la muerte? Si la hay, ¿cómo es? Son preguntas que nunca podremos responder, porque quien muere, lógicamente, no nos puede decir. Y es una de todas las incertidumbres más inquietantes que hay, porque de antemano sabemos que no habrá forma de saber. Quizá sea la única, o tal vez no.
Es así como la muerte llega a significar miedo, o viceversa: el miedo llega a simbolizar, en cierta manera, la muerte.
La representación tradicional de la muerte: un esqueleto con una túnica (aunque generalmente es negra) y una hoz. Enfatiza el miedo y el tenebrismo que, erróneamente, rodea al concepto de muerte.
Pero no debemos temer. Hay que tener clara la idea de que permanecerá como una incertidumbre que no puede ser resuelta. Y se debe pelear, sobretodo, contra la idea de que la muerte es mala. No, señores. La muerte no es mala; la muerte es y ya. La muerte es el final de un ciclo, la vida. Y puede ser, como también no puede ser, que sea una transición hacia otra forma de existencia. Es por eso que no hay que temerle. Ella llegará en su justo momento.
Muchas veces pienso que la vida en sí es un duelo (a muerte, para variar) entre la vida y la muerte, pero en el que, al final, prevalece la muerte, porque todas las cosas (o al menos casi todas) llegan a un fin.

De Triomf van de Dood (El triunfo de la muerte), por Pieter Brueghel el Viejo. Muestra una serie de muertes brutales. En efecto, un triunfo más para la muerte.
Y la única certeza que podemos tener sobre ella es que vendrá en algún momento de nuestras vidas, poniendo fin a las mismas.


En fin, estamos condenados a morir, de una u otra manera. Y no llamo ni a resistirla ni a apresurarla: ella vendrá por sí sola cuando deba venir, y ahí no habrá para dónde huir. Hasta entonces, lo único que podemos hacer, es vivir.


martes, 10 de enero de 2012

El hombre

Antes que todo, buenas noches.

He decidido que, para abrir la serie de temas que tocaré aquí, quiero empezar con uno de los que, considero, son más importantes: El hombre.
 
Antes de empezar, quiero aclarar que con "hombre" me refiero al humano en general, sin distinción alguna de sexos.

Adán, en La creación de Adán, pintada por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina


Muchas veces nos preguntamos qué somos, de dónde venimos, adónde vamos, etcétera. Y, lógicamente, nos damos cuenta de que estamos muy lejos de responder siquiera la mitad de esas preguntas. Me enfocaré nada más en la primera pregunta, por ahora. Y es que la primera pregunta es la única que hemos podido responder (eso sí, parcialmente). 

La idea que se tiene sobre el hombre es que es un ser vivo y mortal, capaz de muchas cosas, debido a su genio e intelecto, pero irremediablemente estúpido. Sí, estúpido. Porque sin importar toda la educación que reciba, o lo precavido que sea, siempre incurrirá en un acto erróneo. Y es esa estupidez, aquella voz que a menudo nos dice "hazlo, tu esposa no te va a descubrir" o "tranquilo, cópiate, que tu maestro no se dará cuenta, el muy imbécil", la que nos hace lo que somos: humanos, hombres. De no ser estúpido, el hombre sería un autómata, un esclavo de su lógica, sin emociones que valga la pena poseer. La estupidez proviene exclusivamente del lado pasional, o emocional, de la mente del hombre. Y cuando cometemos una estupidez, es porque la batalla que se lleva a cabo entre la pasión (lo subjetivo, lo emocional) y la razón (lo lógico, lo objetivo) termina en una victoria de la primera. Pero no siempre el que venza el lado pasional es malo. No me imaginaría una vida en la que no me equivocara, o en la que no fuera capaz de sentir emociones.

Muchos dicen que es la estupidez la que nos caracteriza. Pero yo considero que, aparte de la estupidez, está la ignorancia, que, ojo, no es lo mismo que la estupidez. La ignorancia es simplemente la ausencia de conocimiento. Pero la ignorancia, aunque es parte de nuestra naturaleza, no nos la causamos nosotros. Es una consecuencia de la complejidad de nuestro universo y del paso del tiempo (por ejemplo, que ignoramos aquellos sucesos que no presenciamos y que no fueron escritos o contados).

Y el hombre posee estas dos cosas, estupidez e ignorancia, que son las que le hacen errar. Erramos porque desconocemos algún suceso, o la naturaleza de algo; o porque, peor aún, decidimos ignorar las advertencias de nuestra conciencia, creyendo, estúpidamente, que no nos sucederá nada. Pero el hecho de que el hombre erre no debe ser motivo de desgracia. Debe serlo, sin embargo aquellos errores de gran magnitud. Lo que diferencia a una de la otra es que no es posible reducir la magnitud de nuestra estupidez, sino reducir el número de ocasiones en que las cometemos, mientras que es posible reducir la magnitud de nuestra ignorancia, y por lo tanto la cantidad de ocasiones en que erramos debido a nuestra ignorancia. No nos podemos desprender de ellas, y eventualmente caemos en cualquiera de las dos, o lo que es peor, una combinación de ambas, pero sí podemos minimizar su efecto de manera tal de que no nos causen muchos problemas, o al menos que nos causen problemas de pequeña magnitud, fáciles de manejar.

Soy de los que cree que, por naturaleza, el hombre tiende a ser malo. Aunque se nos enseñe y se nos repita cómo debemos ser y cómo no, siempre habrá ocasiones en que seamos indiferentes, ingratos, interesados, injustos y arrogantes. Y, por más que alguien demuestre no serlo la mayoría del tiempo, lo es. Cae en su humanidad, en su estupidez.

Pero creo además que el hombre, con suficiente educación y valores, puede llegar a minimizar la cantidad de estupideces que cometa a un nivel tal en que no causen mayores dificultades en la vida. Y que, con suficiente conocimiento, puede minimizar la influencia de su ignorancia.

Επιστημη, Episteme, la personificación griega del conocimiento.


Siempre el hombre ha buscado respuestas. Y una de las mejores cosas de él es su sed de conocimiento y certeza. Una sed que – sabe, pero tal vez elige ignorar – no podrá saciar nunca completamente. Otros hablan de que, además de buscar estas dos cosas, el hombre busca otras, como libertad y justicia. Y es muy probable que siga buscándola hasta el fin de su existencia, porque su naturaleza no le permite poseerlas en su totalidad.

La liberté guidant le peuple, de Eugène Delacroix.


Quién sabe, tal vez me equivoque. Dicen algunos que el hombre está condenado a ser libre. Pero yo no me arriesgo. Prefiero decir que el hombre está condenado a ser lo que es: hombre.

lunes, 2 de enero de 2012

Bienvenida

Queridos lectores:


Antes que todo, y de comenzar a publicar entradas, les doy la bienvenida al blog. Empezaré por decir que quise llamarlo "La prisión de las ideas" porque mi intención al crear el blog es, de alguna manera, tener un espacio que se parezca a mi mente, con la diferencia de que sea público; un espacio lleno con mis ideas y pensamientos (excepto unos cuantos que reservo a la mente que sólo yo puedo leer). Una extensión pública de mi mente, a falta de un adjetivo más adecuado.


Ante esto pregunto: ¿Y que es la mente sino una prisión de ideas, un espacio en el cual aprisionamos nuestros pensamientos; y éstos permanecen confinados hasta que se les libera por medio de la comunicación?


Aquí pienso dar mi opinión (salvo en casos en donde apoyo mi opinión o la de otros con datos), y sólo mi opinión. Ahora, eso no quiere decir que tome opiniones de otros que reflejen la mía. Quiero aclarar que pueden existir casos en que tome artículos completos de otras personas y las ponga en este blog (siempre reconociendo el autor y, si es posible, la obra o artículo de donde provenga), bien sea porque reflejan mi opinión respecto a algo o porque considero importante que lo lean, por una u otra razón.


Otros caso que pueden darse es que pida a alguien que escriba un artículo para este blog. Cabe aclarar que la opinión que dé esa persona no necesariamente se parece a la mía; y si se da este caso, el nombre del autor estará al final del artículo.


No puedo prometerles nada sobre la calidad del contenido, ni del contenido per se, puesto que no tengo planeado aun con qué iniciar, y mucho menos con qué continuar. Lo único que puedo prometerles es que haré todo lo posible por hacer, dos cosas:


 I. Escribir un post cada dos semanas, y, si puedo, cada semana.
II. Escribir sobre diferentes temas. Nunca escribir sobre una sola área, sino de muchas.


Sepan que cualquier comentario es bien recibido en este blog siempre y cuando se guíe por las bases del respeto.


Sin más preámbulos, ¡bienvenidos a La prisión de las ideas!


Alberto Troccoli.